Nuestro deseo es que cada uno de los mensajes, así como cada uno de los ministerios y recursos enlazados, pueda ayudar como una herramienta al crecimiento, edificación y fortaleza de cada creyente dentro de la iglesia de Jesucristo en las naciones y ser un práctico instrumento dentro de los planes y propósitos de Dios para la humanidad. Cada mensaje tiene el propósito de dejar una enseñanza basada en la doctrina bíblica, de dar una voz de aliento, de edificar las vidas; además de que pueda ser adaptado por quien desee para enseñanzas en células o grupos de enseñanza evangelísticos, escuela dominical, en evangelismo personal, en consejería o en reuniones y servicios de iglesias.

El llamado del profeta°

El llamado de un profeta es dado solamente por el Señor. Fue su Espíritu Santo quien llamó y habló por medio de cada profeta del Antiguo Testamento (Hebreos 1:1. La Biblia de las Américas. Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas).

Efesios 4:11-16. "Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros. A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera por todo viento de doctrina, por estratagemas de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado unido entre si por las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para irse edificando en amor." 

Siguió siendo igual en los tiempos del Nuevo Testamento y sigue siendo así en la actualidad, aunque existe una diferencia. Ahora, el llamado del profeta debe ser independientemente confirmado por el Señor por medio del Cuerpo, y ese Cuerpo debe sostener y mantener al profeta tanto en su formación como a lo largo de su ministerio. Parece que el pueblo no confirmaba el llamado de un profeta en el Antiguo Testamento. El profeta del Antiguo Testamento estaba por encima de todos los demás. El profeta del Nuevo Testamento no sólo es llamado dentro del Cuerpo, sino que también todo el Cuerpo se basa sobre el fundamento de apóstoles y profetas (Efesios 2:20. La Biblia de las Américas. Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular).

Nadie por decidirlo, o desear serlo, puede convertirse en profeta. Uno no puede heredar el manto de un profeta; no puede ser dado por una persona a otra, aunque un individuo puede ser el instrumento del Señor para tal cosa. No hay modo en que un individuo pueda convertirse en profeta por medio de la carne. 

(Mateo 22:14. La Biblia de las Américas. Porque muchos son llamados, pero pocos son escogidos).

Eso no sólo es cierto de los profetas, sino también de convertirse en cristiano. Juan escribió: "Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Juan 1:13). Muchos han pensado que podrían escoger acudir a Dios en su propio momento. No pueden hacerlo. Nadie puede hacerlo. Acudimos a Dios cuando Él nos llama, o no acudimos en absoluto. Somos nacidos de nuevo del Espíritu, no por ningún hombre. Si lo escogemos a Él, lo hacemos solamente cuando Él nos ha escogido y llamado.

Juan 15:12-17. La Biblia de las Américas. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, así como yo os he amado. Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre. Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os escogí a vosotros, y os designé para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando: que os améis los unos a los otros.

El llamado de un profeta normalmente, pero no siempre, incluye su descripción de trabajo. Así sucedió tanto con Jeremías como con Isaías. El llamado de Ezequiel, sin embargo, no contiene su descripción de trabajo. Ezequiel fue único. En él, la profecía entró en una nueva dimensión. Ezequiel realizó actos especiales que no eran meras señales como habían sido con Isaías, Jeremías y Oseas, por ejemplo, sino el "soportar una carga" por la casa de Israel.

Ningún profeta antes de Ezequiel había llevado conscientemente el pecado del pueblo. Esto fue tanto un preludio como una preparación para la cruz. Ezequiel fue llamado "hijo de hombre"; se convirtió en un título mesiánico porque Ezequiel inició el llevar la carga que fue central para la eficacia de la cruz. Jesús se identificó a sí mismo con esa nueva tarea comenzada por Ezequiel. Sería su principal propósito para venir a la tierra: hacerse pecado por la humanidad y morir en nuestro lugar. Sin embargo, esa misión de ser el iniciador de llevar la carga no estaba contenida en el llamado de Ezequiel. A veces, el Señor incluye la descripción de trabajo del profeta en su llamado, y otras veces no lo hace.

Aunque el Señor es un Dios de principios, Él intencionadamente ha hecho que esos principios vayan contracorriente unos con otros para que no podamos reducir la vida a ser manejada por completo ni tampoco perder la espontaneidad de la continua sorpresa en Él. Siempre que pensemos que tenemos vida contenida en términos predecibles, Dios desbaratará nuestros elaborados moldes. Lo que establecemos como principios bíblicos a ser observados por el Cuerpo, son la regla general para su seguridad; pero ninguno de ellos limitará a Dios. Él, que da vida por medio de una virgen y trae victoria definitiva para la vida por medio de la muerte, no se detendrá ante nuestro entendimiento sobre cómo funciona la vida.

Los principios son para seguridad, a fin de que no haya confusión, sino orden, en la vida del rebaño. Sin embargo, debemos recordar que Jesús es nuestro orden y seguridad, y no esos principios. Nuestra seguridad nunca está limitada a recordar qué regla se aplica dónde. No somos dependientes del conocimiento ni salvos mediante él. Somos salvos mediante la persona de nuestro Señor Jesucristo. A Él nos referimos constantemente, y no meramente a la Palabra escrita por Él y sobre Él. Así, queremos conocer y observar, hasta donde podamos, sus ordenanzas para el llamado de un profeta, pero con humildad, por si Él invoca algún principio alternativo que esté por encima de nuestro entendimiento. Quien piense que esto es demasiado ligero y confuso tiene razón, porque no debemos primeramente seguir el conocimiento o el principio, sino que siempre debemos depender de un Señor cuyos pensamientos no son nuestros pensamientos.

Ese es el camino de un profeta Elías. Él debe mantener a hombres y mujeres en la Palabra, y luego aplastar la Palabra sobre ellos, para que Cristo pueda ser todo en todos. Uno debe haber aprendido que no necesita otra cosa sino a Jesús antes de poder continuar andando como un profeta Elías. Cuando permanezcamos claros en Él, y sólo en Él, y no en algún principio o ley, entonces nuestra paz es segura (Isaías 26:3. La Biblia de las Américas. Al de firme propósito guardarás en perfecta paz, porque en ti confía).
El llamado de un profeta

Los profetas son llamados de distintas maneras, en momentos diferentes y bajo circunstancias diferentes. "Era Moisés de edad de ochenta años, y Aarón de edad de ochenta y tres, cuando hablaron a Faraón" (Éxodo 7:7). "Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán"(Génesis 12:4).

Samuel, sin embargo, era sólo un niño que dormía sobre el piso del templo cuando Dios lo llamó (1 Samuel 3:1-10). Jeremías no sólo era un niño (Jeremías 1:6), sino que también fue llamado y ordenado desde antes de su nacimiento (v.5). Juan el Bautista fue anunciado antes de su concepción (igual lo fue Isaac, en Génesis 17:16) y fue también lleno del Espíritu Santo desde su nacimiento (Lucas 1:13, 15).

El llamado del Señor puede llegar sobre un individuo directamente, al hablarle el Espíritu Santo a él mientras escucha; o puede llegar por medio de otra persona, como Elías llamó a Eliseo (1 Reyes 19:19). Puede llegar mientras se está despierto o dormido, por visión, sueño o conversación interior. Samuel estaba dormido, pero fue despertado y oyó al Señor. José fue llamado a aceptar a María mientras dormía (Mateo 1:20). Isaías estaba en el templo, parece que en su servicio regular como sacerdote, porque parecía estar dentro del lugar santo cuando tuvo su visión.

Isaías 6. La Biblia de las Américas. En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo. Por encima de Él había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria. Y se estremecieron los cimientos de los umbrales a la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos.

Entonces voló hacia mí uno de los serafines con un carbón encendido en su mano, que había tomado del altar con las tenazas; y con él tocó mi boca, y dijo: He aquí, esto ha tocado tus labios, y es quitada tu iniquidad y perdonado tu pecado. Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí: Heme aquí; envíame a mí. Y Él dijo: Ve, y di a este pueblo: “Escuchad bien, pero no entendáis; mirad bien, pero no comprendáis.” Haz insensible el corazón de este pueblo, endurece sus oídos, y nubla sus ojos, no sea que vea con sus ojos, y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se arrepienta y sea curado. Entonces dije yo: ¿Hasta cuándo, Señor? Y El respondió: Hasta que las ciudades estén destruidas y sin habitantes, las casas sin gente, y la tierra completamente desolada; hasta que el Señor haya alejado a los hombres, y sean muchos los lugares abandonados en medio de la tierra. Pero aún quedará una décima parte en ella, y ésta volverá a ser consumida como el roble o la encina, cuyo tronco permanece cuando es cortado: la simiente santa será su tronco).

El Señor no ha cambiado. Él llama a sus siervos de cualquier manera que escoja, aunque con más frecuencia por medio de visiones o sueños. Pablo fue derribado al suelo en una visión (Hechos 9:3-4. La Biblia de las Américas. Y sucedió que mientras viajaba, al acercarse a Damasco, de repente resplandeció en su derredor una luz del cielo; 4 y al caer a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?). Juan, el amado, fue llevado al cielo para darle la visión del profeta de escribir el libro de Apocalipsis (Apocalipsis 1:1-3, 9-10). En Hechos 10, Pedro fue guiado a una nueva misión por medio de un "trance" estando medio dormido, medio despierto. Cornelio, en el mismo capítulo, fue guiado por una visión. Deuteronomio 13 habla de un profeta como un "soñador de sueños".

Alguno puede tener algún otro oficio y ser ascendido al oficio de profeta. Bernabé, Simeón, Lucio, Manaen y Saulo (Pablo) eran maestros y profetas cuando el Espíritu Santo ordenó que Bernabé y Pablo fueran apartados para el oficio de apóstoles. Así, se cumplió la palabra del Señor. (Hechos 13:1-3. La Biblia de las Américas. En la iglesia que estaba en Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simón llamado Niger, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca, y Saulo. Mientras ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado. Entonces, después de ayunar, orar y haber impuesto las manos sobre ellos, los enviaron).

Con frecuencia, los pastores y maestros son elevados para convertirse en profetas, y los profetas para convertirse en apóstoles. Al hacerlo, ellos no siempre abandonan su oficio anterior. Sin embargo, un profeta, cuando es llamado, puede ser un maestro, sanador, o evangelista. Puede cumplir cualquier función que esté por debajo de él en autoridad. A pesar de ello, puede que no actúe como apóstol. Un apóstol puede actuar en cualquier posición dentro de la iglesia.

¿Cómo reconoceremos el llamado de Dios en nosotros? Con frecuencia, es después de que el llamado se haya aclarado, cuando la mente ve cómo incidente tras incidente en nuestras vidas, como filas de fichas de dominó que caen, fueron sucediendo hasta llegar a ese momento. La disciplina de Dios no llega a menos que persistentemente hayamos ignorado su voz, ya sea consciente o inconscientemente. Dios nos dará señales claras y regresará, una y otra vez, con paciencia. Él nos conoce lo suficientemente bien para comenzar con mucho tiempo.

Una vez que hayamos oído, Él confirmará el llamado mediante su Palabra, señales personales y luego mediante otras personas.

Disciplina y formación

La formación de un profeta del Antiguo Testamento se realizaba poniéndolo bajo el cuidado y la disciplina de un profeta más viejo. Las lecciones no eran sesiones formales en aulas de clase, aunque los profetas a veces literalmente se sentaban a los pies del maestro. La enseñanza más contundente se producía siempre que incidentes en la vida proporcionaban una oportunidad. El programa de televisión de la década del setenta Kung Fu, retrataba el modo en que los sabios de oriente eran en realidad formados. La vida era el maestro; y el maestro, el ayudante.

Aunque hay unas cuantas oportunidades hoy día para entrar en el ministerio profético, los profetas, en la actualidad, siguen siendo formados principalmente por el Señor Jesucristo mismo por medio de su Santo Espíritu. Su formación se produce tanto en la vida como en el salón de clase. Por consiguiente, cuando hablamos de una escuela para profetas, nos referimos solamente a ese tipo de terreno formativo que puede preparar la Iglesia en general para entender y alimentar a los profetas emergentes que hay en medio de ella. El Espíritu Santo es el maestro, quien levanta a sus profetas. Él ya no los separa para que se sienten bajo un maestro, como en el Antiguo Testamento. El profeta ahora es una parte integral dentro del Cuerpo; el Cuerpo se convierte en su matriz y lugar de formación. Muchos profetas se pierden su llamado o no entienden su formación por la falta de apoyo de la Iglesia. La Iglesia necesita reconocer a sus profetas y proporcionar el entorno en el cual ellos puedan madurar.

Es difícil reconocer a un profeta en sus inicios. Sin embargo, hay pistas que deberían alertar a los ancianos. Grandes tragedias pueden señalar una especial preparación de Dios en una vida. Las personas que son soñadoras y visionarias, al recibir el Espíritu, deberían ser observadas, porque entre ellas puede haber un profeta. Quienes llevan la carga, o quienes con frecuencia se identifican a sí mismos con las cargas de otros, pueden ser profetas en formación. Quienes tienen dones de enseñanza pueden ser escogidos por el Señor para profetizar. Pero estas son sólo indicaciones. Nada puede ser conclusivo aparte del llamado y la confirmación del Espíritu Santo.

Un pastor puede ser o no un profeta. Un profeta puede ser o no un pastor. Pero es casi imposible llevar ambos sombreros al mismo tiempo. Un pastor necesariamente debe tener al rebaño en su corazón de una manera especial. No debe alimentar a su rebaño en aguas rápidas o exponerlo a lo que aún no puede asimilar. Sin embargo, el profeta con frecuencia es llamado a hacer precisamente esas cosas. El profeta debería entender cómo lo que él dice afectará al pastor, pero eso no debe silenciarlo. Si ambos llamados están en un sólo corazón, esa persona casi se ve partida en dos.

Dios puede tocar a cualquiera. Pero, con frecuencia, es difícil ver a quienes toca, porque el Señor a menudo los esconde. Moisés estaba oculto entre los juncos y luego en la casa de Faraón. Jesús tuvo que ser ocultado en Egipto. Tanto nuestra carne como Satanás destruirían a los elegidos de Dios si fueran descubiertos demasiado pronto. Por tanto, cuando el Espíritu revela a un profeta en sus inicios, la Iglesia debería estar alerta y preparada para protegerlo.



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