Nuestro deseo es que cada uno de los mensajes, así como cada uno de los ministerios y recursos enlazados, pueda ayudar como una herramienta al crecimiento, edificación y fortaleza de cada creyente dentro de la iglesia de Jesucristo en las naciones y ser un práctico instrumento dentro de los planes y propósitos de Dios para la humanidad. Cada mensaje tiene el propósito de dejar una enseñanza basada en la doctrina bíblica, de dar una voz de aliento, de edificar las vidas; además de que pueda ser adaptado por quien desee para enseñanzas en células o grupos de enseñanza evangelísticos, escuela dominical, en evangelismo personal, en consejería o en reuniones y servicios de iglesias.

Caminando con Dios°



Abraham fue un hombre que experimentó tanto confianza como confusión en su caminar con Dios, por medio de éxitos y fracasos, certidumbre y duda, experiencias en la cumbre y en valles de desesperación. Muchas personas piensan que es creer algo en lo que pueden estar seguras. Pero ¿sabía usted que para el cristiano la fe es también un camino?

En el momento de la salvación, el creyente da su primer paso, y a partir de ese punto camina en una relación con Jesús. Este viaje es la experiencia más emocionante de la vida, porque estamos aprendiendo a conocer a nuestro Salvador y a cumplir con lo que Él nos ha llamado a hacer. Cualquier camino es más fácil si uno conoce a alguien que lo ha recorrido antes. Gracias a Dios, tenemos la Biblia, la cual está llena de maravillosos ejemplos de personas que transitaron el mismo camino en que estamos nosotros hoy.

Abraham fue un hombre que experimentó tanto confianza como confusión en su caminar con Dios, por medio de éxitos y fracasos, certidumbre y duda, experiencias en la cumbre y en valles de desesperación. Cuando examinamos su peregrinaje de fe, encontramos seis palabras que nos ayudan a entender lo que podemos esperar al imitar sus pasos.

PROPÓSITO. En primer lugar, debemos entender que Dios nunca hace nada sin un plan. Sus propósitos han sido fijados y cumplidos desde la creación (Isaías 46:9-10. Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero). Él tiene planes para la vida suya también, pero la única manera de descubrirlos es recorrer el camino de la fe con Él. Aunque usted no llegue a entender todas las vueltas y giros a lo largo del camino, sí podrá confiar en la fidelidad y en el poder ilimitado de Aquél que le guiará.

Cuando Abraham escuchó al Señor por primera vez, no tenía idea de que su historia quedaría registrada para ser leída por las generaciones futuras. Y gracias a que fue fiel al dar ese primer paso, la nación de Israel fue establecida, y nació el Salvador del mundo.

¿Ha pensado usted alguna vez en lo que Dios pudiera hacer en su vida si caminara obedientemente con Él? El Señor no nos dice siempre lo que está haciendo; simplemente dice: “Sígueme”. Entonces, cuando damos un paso de fe, Él nos da más dirección. Si recibiéramos todos los detalles, nos perderíamos la emoción de caminar con Él, y las bendiciones que Él quisiera darnos.

PERPLEJIDAD. Cuando el Señor le dijo: (Génesis 12.1-3. Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.) Abraham no tenía idea de dónde terminaría su viaje o de cuáles serían los resultados a largo plazo. Su mente debió estar inundada de preguntas.

Del mismo modo, nuestro caminar con Dios puede ser difícil de entender. A veces, nos pide que vayamos a lugares que parecen ilógicos o que hagamos cosas sin sentido. Pero somos llamados a andar por fe — no por vista, sentimientos o razonamientos humanos.

Es por eso que no podemos tomar decisiones basándonos en lo que nos parece lógico. Las decisiones correctas se toman solo cuando tenemos en cuenta lo que es lógico para Dios. Sus pensamientos y sus caminos son más altos que los nuestros (Isaías 55:8-9. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos).

La única manera de recibir más entendimiento del Señor, es mediante el estudio de su Palabra. Al examinar lo que Él desea para nosotros, y en la manera como trabajó en las vidas de hombres y mujeres de la Biblia, comenzaremos a ver los acontecimientos desconcertantes de nuestras vidas desde su perspectiva. Algún día todas nuestras preguntas serán respondidas, y todo tendrá sentido.

Veremos cómo estuvo haciendo que todo resultara para bien, conforme a su buen propósito en cada situación — incluso en las dolorosas. No tenemos que comprender siempre lo que está haciendo; lo único que tenemos que hacer es obedecer y dejar todas las consecuencias en sus manos.

PACIENCIA. Somos una generación apresurada, pero Dios nunca tiene prisa. En el camino de la fe, hay dos indicaciones — “Reduce la velocidad”, y “Espera aquí” — y no nos gusta ninguna de ellas. Si usted es como yo, querrá mantenerse en movimiento y seguir adelante con lo que sea que el Señor le haya llamado a hacer.

A veces, tenemos la idea de que si Él nos dice que demos dos pasos al frente, cinco serían mejor. Pero recordemos que Dios ha planificado perfectamente nuestra ruta de acuerdo con su cronograma. Si Él dice que espere, usted tenga la seguridad de que Él está trabajando para lograr el mejor resultado posible — un resultado que dará testimonio de su fidelidad, y que le glorificará.

En la vida de Abraham vemos tanto las bendiciones de esperar en el Señor, como las consecuencias de adelantarse a su plan. Cuando Dios le dijo que dejara su tierra, Abraham salió obedientemente de Harán y se estableció en la tierra de Canaán (Génesis 12:4-8. Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán. Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron. Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido. Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda, teniendo a Bet-el al occidente y Hai al oriente; y edificó allí altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová.). Incluso edificó un altar para adorar al Señor. Sin embargo, cuando hubo una hambruna, Abraham decidió no confiar en el Señor o esperar en su provisión. En vez de eso, se fue a Egipto con su familia (v.10).

PROTECCIÓN. A pesar de que caminar por fe puede parecer arriesgado, el camino de Dios es, en realidad, el más seguro, ya que Él siempre protege a quienes viajan con Él. Cuando el Señor llamó a Abraham, le prometió: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré” (v.3).

Este mismo principio de la protección divina se ve a lo largo de todas la Biblia. Aunque Dios no siempre nos libra de las adversidades, sí nos ayuda a atravesar las pruebas. De hecho, las utiliza para mejorar nuestra relación con Él.

El Señor interviene incluso a nuestro favor cuando estamos en dificultades como resultado de nuestras decisiones imprudentes. Cuando cometemos un desliz en nuestra fe, Él no nos abandona. Entiende nuestras debilidades y sabe cuándo tenemos un corazón inclinado a Él.

¿Significa esto que no tendremos que sufrir las consecuencias de nuestras malas decisiones? De ninguna manera. El principio divino de la siembra y la cosecha sigue vigente (Gálatas 6:7. No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará). Veamos el incidente entre Sara y Agar. El nacimiento de Ismael dio como resultado estrés y conflicto en la familia de Abraham. Sin embargo, aunque el torpe intento de Sara de tener un hijo complicó el plan del Señor, eso nunca frustró sus propósitos. El hijo prometido, Isaac, llegó de todas maneras de acuerdo con el plan de Dios (Génesis 21:1-2. Visitó Jehová a Sara, como había dicho, e hizo Jehová con Sara como había hablado. Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el tiempo que Dios le había dicho).

PÉNDULO. Al caminar usted con el Señor, habrá momentos en que sentirá que su vida espiritual oscila como un péndulo entre la fe y la duda: sabe lo que dice la Palabra de Dios, pero las circunstancias y sus sentimientos le dicen algo totalmente diferente. A Abraham, sin duda, le fue difícil algunas veces creerle a Dios. Su fe era fuerte cuando comenzó su peregrinación, pero cuando las dificultades lo amenazaron, o el Señor pareció ir despacio para cumplir sus promesas, las dudas se apoderaron de su fe.

Sin embargo, en el momento que Abraham enfrentó la mayor prueba de su vida, su fe se había vuelto tan fuerte que obedeció diligentemente la orden de Dios de sacrificar a Isaac en el altar (Génesis 22:1-18). Porque creyó que Dios podía hacer lo imposible, pasó la prueba de fe, y el Señor salvó a Isaac.

PAZ. Porque Abraham había aprendido a confiar en Dios, experimentó la paz maravillosa que significa tener una relación con el Señor. ¿Y no es eso lo que todos necesitamos? Hermano, no hay paz fuera del camino de la fe. No es cuestión de tener todo lo que deseamos, sino de desarrollar una actitud de confianza y tomar la determinación de obedecer, sabiendo que Dios siempre nos lleva por el camino correcto.

Cuando se trata de la fe, tenemos ventajas que no estuvieron al alcance de Abraham. En primer lugar está la Biblia, que revela la perspectiva de Dios en cuanto a la fe, y que nos permite aprender de los éxitos y los fracasos de quienes nos precedieron.

En segundo lugar, tenemos la encarnación del Hijo de Dios que ocurrió 2.000 años después de Abraham; este patriarca no solo careció de todo lo que el Nuevo Testamento revela acerca de Jesucristo, sino además de la presencia interior del Espíritu Santo, como sí la tenemos los creyentes hoy.

Abraham demostró fe por la revelación que le había sido dada (1 Corintios 3:11; Hebreos 9:10). Al hacer nosotros lo mismo cada día, experimentaremos la paz que sobrepasa todo entendimiento y la emoción de seguir a Cristo, paso a paso, en el poder del Espíritu Santo. Caminar hacia la meta final que es la eternidad con Dios es posible cuando damos pasos firmes y sostenidos, asidos de la mano del Señor Jesucristo. Avanzar no se logra dependiendo de la fortaleza personal, sino afianzados de la fortaleza divina.

Es probable que las circunstancias adversas desprendan temores, inquietud e incertidumbre; sin embargo estamos llamados a seguir caminando en fidelidad a Dios. Nos anima la esperanza de que nuestro amado Padre cumplirá aquello que nos ha prometido y que es: en el presente muchas bendiciones, y mañana: la vida eterna.

Nuestro tránsito terrenal con Dios amerita que tengamos fe. Puede que no veamos ahora la materialización de las promesas divinas, pero debemos seguir caminando firmes. Como los hombres de fe que describe la Biblia, estamos llamados a guardar la esperanza, confiando en la veracidad de las promesas de Dios. Con ayuda del Señor Jesús podemos despojarnos del temor, las dudas y la incertidumbre que nos impiden avanzar. Con ayuda del Señor Jesús podemos vencer la tentación que inclina nuestra naturaleza al pecado. Con la ayuda del Señor Jesús podemos avanzar en el camino de fe con perseverancia.

Nuestra mirada no puede estar puesta en las circunstancias, sino en la sagrada meta. El Señor Jesús es Quien nos fortalece con la fe necesaria para vencer: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. El Señor Jesús es quien nos anima cuando llegan los momentos difíciles. La vida es un caminar. Cada día caminamos por una senda que nos lleva a diferentes lugares. A veces es un camino que lleva a lugares de descanso y paz. Se parece a una vereda entre las montañas verdes, que con cada vuelta revela un manantial, un lago pacífico o una vista panorámica.

En otros momentos, nuestro caminar nos lleva por desiertos inmensos. Un día sigue a otro, sin cambios perceptibles, y nuestra alma se muere de sed. Pensamos que nunca saldremos de este desierto, que la vida nunca será mejor, que el sueño de un oasis de paz y descanso no es más que un espejismo. Así es nuestra vida. Solemos pensar que la calidad de nuestra vida depende del lugar en el que nos encontremos. Creemos que sólo podremos vivir bien si las circunstancias de nuestra vida son propicias. El viaje sólo vale la pena para nosotros si el paisaje es acogedor.

Así es que pensamos, pero cometemos un gran error al pensar así. Mucho menos importante que los lugares por los que andemos en el camino de nuestra vida es esto: ¿con quién andamos? La compañía, no el campo, determina la calidad de nuestro camino.

Veamos otro ejemplo, la vida de Enoc de quien dice en la  Biblia que caminaba con Dios. Génesis 5:18-24. Vivió Jared ciento sesenta y dos años, y engendró a Enoc. Y vivió Jared, después que engendró a Enoc, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Jared novecientos sesenta y dos años; y murió. Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.

En lugar de morir, como cualquier otro ser mortal, Enoc un día desapareció porque Dios se lo llevó. La única otra persona en el Antiguo Testamento de quien se dice esto es Elías. Enoc ocupa un lugar muy especial; no tuvo que experimentar la muerte física, sino que Dios lo llevó directamente a estar con él. ¿Por qué? ¿Cuál fue el secreto de Enoc? Se encuentra en una frase repetida dos veces en el pasaje. El secreto de Enoc, y el ejemplo que él nos da a nosotros, es éste: Enoc anduvo con Dios.

Enoc nos sirve como ejemplo del hombre justo. Tuvo una vida larga a comparación con nuestras vidas, pero muy breve a comparación con las vidas de sus contemporáneos. Su hijo Matusalén vivió más que cualquier otra persona en la historia, novecientos sesenta y nueve años; Enoc murió a la edad joven de trescientos sesenta y cinco. ¿Por qué tan joven? Dios se lo llevó, dice el verso, y podemos concluir que él ya había cumplido su propósito sobre la tierra. Dios lo quitó de la corrupción de este mundo y lo llevó a estar con él.

La corrupción del mundo, en aquellos días, ya era muy grande. A veces nosotros solemos pensar que el pasado fue un tiempo más puro e inocente, pero la Biblia nos enseña que la naturaleza humana después de la caída del hombre ha sido siempre la misma. Sin embargo, nos demuestra con claridad que Enoc vivía en tiempos de gran maldad, pues poco después Dios tuvo que destruir a la humanidad en el diluvio a causa de su gran desobediencia. Todos los males de nuestra sociedad - el homicidio, la drogadicción, la homosexualidad, la violación - ya existían, y se extendían por toda la sociedad.

¿Cómo logró Enoc caminar con Dios en medio de una sociedad tan corrupta? Los versos que hemos leído en Génesis no nos lo dicen con claridad, pero podemos encontrar la clave en el Nuevo Testamento. Hebreos 11:5-6. Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.

Estos versos nos dicen algo muy interesante acerca de la forma en que Enoc logró agradar a Dios: Enoc anduvo con Dios porque tuvo fe en el carácter de Dios. Lo que encontramos en el Antiguo Testamento no es un testimonio acerca de la fe de Enoc, sino más bien la declaración de que él agradó a Dios. Como dice el versículo, sin fe es imposible agradar a Dios. En otras palabras, habría sido imposible que Enoc agradara a Dios aparte de la fe.

Si no tenemos fe, no habrá base para vivir de una forma que le complace a Dios. Esta es la razón que Satanás busca de mil maneras atacar nuestra fe. Él ataca, sobre todo, lo que creemos acerca de Dios.

Si vamos a agradar a Dios, tenemos que creer - antes que nada - que él existe. El enemigo trata de hacernos dudar de la existencia de Dios ofreciéndonos muchas teorías muy sofisticadas para explicar la existencia del cosmos sin necesidad de Dios. Aunque muchas personas se dejan llevar por estas ideas, la Biblia dice: Dice el necio en su corazón: No hay Dios. (Salmo 53:1)

Tenemos que creer también que Dios recompensa a quienes le buscan. Tenemos que creer, en otras palabras, que vale la pena buscar a Dios. Aquí precisamente es que veo a muchas personas caer en problemas. La gran mayoría de las personas creen en Dios; creen que existe un ser supremo, y les gusta la idea de que hay alguien que nos está cuidando. Muy pocos, sin embargo, realmente parecen creer que vale la pena buscar a Dios. ¿Cómo más explicar la falta de asistencia a la iglesia, el poco valor dado a la oración, la gran pereza cuando se trata de estudiar la Palabra de Dios? Me pregunto cuántos de nosotros realmente creemos que vale la pena buscar a Dios.

Enoc agradó a Dios porque tuvo fe en su carácter. En otras palabras, Enoc creía en un Dios que vale la pena buscar. ¿En qué clase de Dios crees tú? ¿Crees en un abuelito celestial, que de vez en cuando te manda regalos? ¿Crees en un copiloto divino, que te ayuda cuando te metes en apuros? ¿Crees en un Dios que te mira desde lejos, y simplemente tratas de no irritarlo mucho?

La única forma de agradar a Dios es creer que él existe, y que es un Dios que recompensa a quienes lo buscan. Vale la pena esforzarse en buscar en Dios. Vale la pena sacrificar tiempo y energía para conocerlo y agradarle. Enoc complació a Dios porque tuvo fe en su carácter, y sólo así podremos hacerlo tú y yo. Confiar en el carácter de Dios también significa creer que él obrará.

Dios nos ha dado una visión para entender sus planes para el futuro. En los libros de Daniel y Apocalipsis, y en secciones de otros libros, Dios ha quitado el velo para que entendamos lo que sucederá.

Y si tú nunca has empezado a caminar con Dios, hay tres cosas que tienes que entender. La primera cosa es que tus pecados te separan de Dios. Para que puedas caminar con él, tus pecados tienen que ser purificados. La segunda cosa es que Jesucristo vino a este mundo para purificar tus pecados. Él se hizo hombre, murió en la cruz y resucitó, así pagando tu pecado.

La tercera cosa que tienes que entender es que, para poder recibir el perdón, tienes que arrepentirte de tu pecado y confiar en Jesús. Si nunca has hecho esto y lo quieres hacer hoy, ora para invitar a Cristo a salvarte. Él lo hará.

Los cristianos estamos llamados a caminar en victoria con la ayuda del Señor Jesucristo. Él nos guía, ayuda y fortalece para seguir adelante, por encima de las circunstancias. Cuando llega el desánimo, Él nos anima; si nos asalta la incertidumbre, nos llena de seguridad, y si el cansancio toca a nuestra puerta, Él nos fortalece. ¡Usted puede dar pasos firmes hacia la victoria caminando de la mano del Señor Jesucristo! Bendiciones.


El Tribunal de Cristo°


Hoy vamos a estudiar acerca del Tribunal de Cristo: el juicio por mayordomía para cada persona que ha entregado su corazón y su vida al Señor y será en base al servicio de lo que hizo para Dios a partir de ese momento ya que está escrito que los dones y el llamamiento son irrevocables. Es un juicio a creyentes lavados y justificados por la sangre de Jesús. La misma naturaleza nos enseña que lo bueno debe ser premiado y que lo malo debe ser castigado. Así también lo es en el plano espiritual. La desobediencia, la mala voluntad, la negligencia, el egoísmo, el desamor, la carnalidad, el medrar la Palabra, las malas obras, son dignas de castigo; en cambio, la obediencia, la buena voluntad, la diligencia, el servicio de amor, la obra de fe, el amor al Señor, la espiritualidad, el guardar la Palabra, la lealtad, las buenas obras, necesariamente deben ser premiadas. Es justo que así sea. No puede ser que lo malo tenga el mismo fin que lo bueno.

2 Corintios 5:10. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Romanos 14:7. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven. Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.

Cuando una persona ha decidido aceptar al Señor Jesucristo como Rey, Señor y Salvador, debe tener en cuenta que ha sido justificado para el día del juicio final, siempre y cuando coloque su fe y su mirada en Dios permaneciendo en la obediencia y la dependencia en amor a la Palabra de Dios con la ayuda del Espíritu Santo.

Juan 3:16-21. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.

2 Corintios 5:21. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. 1 Pedro 2:24. Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.

Consideremos lo que Dios nos ha dicho acerca del tribunal de Cristo tal como nos es expuesto en Su Palabra con respecto a los creyentes. Sabemos que los que no conocen al Señor Jesús como su Salvador y que mueren en sus pecados también tendrán que comparecer ante Él, pero en una ocasión diferente y de una manera totalmente distinta. Comparecerán ante Él como el Juez, ante el «Gran Trono Blanco» para ser juzgados por sus pecados, y por cuanto sus nombres no están escritos en el libro de la vida, serán arrojados al lago de fuego (Apocalipsis 20:11-15).

Para el creyente, el tribunal de Cristo tiene un carácter totalmente distinto. Es para manifestación y recompensa. Es la manifestación de «lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo», para que podamos conocer la valoración de nuestras vidas por parte del Señor, bien para pérdida, bien para recompensa. Compareceremos ante Aquel que llevó el juicio de nuestros pecados en la cruz del Calvario, sabiendo que Él mismo es nuestra justicia (2 Corintios 5:21).

Nuestros pecados no nos serán recordados como contra nosotros, pero nunca hasta entonces sabremos cuán grande era la deuda de nuestro pecado. A menudo tenemos un concepto muy pequeño de la grande carga de pecados que Él llevó por nosotros en aquellas oscuras horas del Calvario. Pero todo tiene que ser traído a la luz, como dijo el Señor Jesús (Lucas 8:17) La Biblia dice: «lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo». Todo se manifestará entonces.

Ahora bien, no había nada bueno en nuestras vidas antes de ser salvos, porque la Biblia dice: «Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios». Romanos 8:8. Pero cuando Dios nos salvó nos dio una vida nueva, la misma vida de Cristo. Como alguien ha dicho: Él entonces comenzó la parte del haber de nuestras vidas, y ahora toma nota de las cosas hechas por Él. Hasta un vaso de agua fría dado en Su Nombre, o un pensamiento acerca de Su Nombre, o incluso nuestra confianza en Él, serán manifestado y recibirá recompensa en aquel día. Las mismas cosas diarias de la vida, si han sido hechas como para el Señor, serán recompensadas. Colosenses 3:23-24. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.

Sin embargo, ha habido fracaso y pecado en nuestras vidas desde que fuimos salvos, e incluso aunque todo ello fue llevado por el Señor Jesús en el Calvario, tiene sin embargo que ser manifestado. No se trata de que vayamos a ser acusados por todo ello, porque la ofrenda una vez por todas del Señor Jesús ha hecho perfecto al creyente para siempre en cuanto a su posición delante de Dios (Hebreos 10:14); así leemos en 1 Juan 4:17: «Para que tengamos confianza delante de él en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo».

¿Por qué, pues, se mencionan las cosas «malas» en 2 Corintios 5:10? Como ya se ha mencionado, no sólo se revelarán ante este tribunal las riquezas de Su gracia para salvarnos, sino que pensamos en Su longanimidad para con nosotros incluso como creyentes.

¡Cuán a menudo le hemos seguido de lejos como Pedro, y él nos ha devuelto a Sí! Él «confortará mi alma» (Salmo 23:3). Puede que hayamos desperdiciado nuestras vidas, o parte de ellas, viviendo para complacernos a nosotros mismos, siendo que deberíamos haber vivido no para nosotros mismos, sino para Aquel que murió por nosotros y resucitó (2 Corintios 5:14-15). Todo esto se manifestará, porque sólo recibirá recompensa lo que haya sido hecho por Él en obediencia a Su Palabra. El resto será todo pérdida, como aprendemos de 1 Corintios 3:8-15.

En 1 Corintios 3:15 aprendemos que uno cuyas malas obras son quemadas es sin embargo personalmente salvo, porque es la obra de Cristo lo único que quita nuestros pecados y que nos hace aptos para el cielo, y no nuestras propias obras. Sin embargo, es posible tener un alma salvada pero una vida perdida.

Ahora bien, estos versículos que acabamos de considerar hablan de «las cosas hechas mientras estábamos en el cuerpo», lo que nos da el pensamiento general de toda nuestra vida. Pasemos ahora a 1 Corintios 3:8-15, y veremos que este pasaje trata en particular acerca de nuestro servicio para el Señor. Pensemos en las maravillosas palabras en el versículo 9, «Porque nosotros somos colaboradores de Dios», y más maravilloso todavía, que el Señor Jesús, habiendo lavado todos nuestros pecados en Su preciosa sangre, dice que habrá recompensa para nuestra labor por Él, si es según Su voluntad (versículo 8).

El Apóstol prosigue diciendo que se está construyendo un edificio espiritual en el que tenemos el privilegio de colaborar. Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios, fue usado para echar el fundamento, porque estas epístolas inspiradas constituyen el fundamento del cristianismo.

Tomando la Palabra de Dios como el fundamento de nuestro servicio para el Señor, tenemos el privilegio de trabajar para Él. Pero seamos cuidadosos en seguir el plan de Dios en nuestro servicio, porque si no es así, puede que estemos edificando «madera, heno, hojarasca». Puede que nos sintamos tan deseosos de ver resultados que nos apartemos de la verdad de Dios en nuestro servicio, o que mezclemos la verdad y el error. Así como en un edificio terrenal el inspector examina si una obra es conforme a los planos, así habrá una manifestación de nuestro servicio y labor ante el Tribunal de Cristo. ¿Estamos construyendo con «oro, plata y piedras preciosas», o con «madera, heno y hojarasca»? «El día la declarará» (vv. 12-13).

El fuego, el juicio de Aquel cuyos ojos son como llama de fuego que todo lo ve. (Apocalipsis 1:14) pondrá nuestra obra de manifiesto. «Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego» (1 Corintios 3:14-15). «Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente» (2 Timoteo 2:5).

Si lo que Él nos ha dado lo empleamos en obediencia para Él, habrá recompensa, como nos lo dice nuestro versículo. Naturalmente, nuestro motivo no debe ser la recompensa, porque es Su amor lo que nos constriñe para vivir para Él, pero será Su deleite dar recompensas. Tendremos el privilegio de ponerlas a Sus pies y de darle a Él toda la gloria (Apocalipsis 4:10). La Escritura habla de que el fiel pastor recibirá una «corona incorruptible de gloria» (1 Pedro 5:4). Pablo dijo: «Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:17). Todo saldrá ante el Tribunal de Cristo.

En 1 Corintios 4:1-5 hallamos un tercer aspecto del tribunal de Cristo. Aquí hallamos que Dios manifiesta los consejos del corazón. Él sabe no sólo lo que hacemos, sino también por qué lo hacemos. Él escudriña los corazones. Nosotros no conocemos nuestros propios corazones, y mucho menos los corazones y motivos de los demás. No debemos juzgar las cosas solamente por su apariencia, ni pasar juicio sobre nuestras propias vidas; todo se manifestará aquel día. Si hemos tenido motivos errados y hemos hecho las cosas para los ojos de los otros, y no realmente para el Señor, todo saldrá entonces, «porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a la luz» (Lucas 8:17).

Quizá hemos intentado hacer algo por amor al Señor Jesús, y no lo hemos hecho como debíamos o como habíamos planeado. Quizá otros nos han criticado, pero el Señor conocía nuestros corazones, y él recompensará el deseo. Como la niñita que quería ayudar a su madre, pero dejó caer una valiosa pieza de porcelana, rompiéndola. Su madre no podía recompensar la acción, pero recompensa amantemente el deseo de la niña de complacerla. Por esto leemos aquí: «Entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios». De cierto que cada uno de nosotros deberíamos alabarlo a Él, pero, ¿no es maravilloso que Él vaya a alabarnos a nosotros?

Es necesario que consideremos cómo nuestras acciones afectan a otros, y de manera especial a los hijos de Dios, «porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí» (v. 7). Cuando pensamos acerca de nuestra comparecencia allí en la presencia del Señor Jesús mientras que Él pasa revista a nuestras vidas, veremos a otros con los que entramos en contacto, y sabremos cómo les afectaron nuestras acciones. ¿Les fuimos de ayuda o estorbo? ¿Actuamos de manera irreflexiva y descuidada, o tratamos de darles aliento y serles de ayuda?

Las recompensas. La Escritura habla de la «corona de gloria» (1 Pedro 5:4), de la «corona de vida» (Santiago 1:12; Apocalipsis 2:10), de la «corona de justicia» (2 Timoteo 4:8) y de la «corona de gozo» (1 Tesalonicenses 2:19). Habla también de nuestra posición en el reino según la fidelidad manifestada: «Tendrás autoridad sobre diez ciudades», «tendrás autoridad sobre cinco ciudades» (Lucas 19:17,19).

Y también: «Si sufrimos, también reinaremos con él» (2 Timoteo 2:12). En tanto que en el estado eterno no hay el aspecto de «reinar», la posición es eterna (Apocalipsis 22:5) y las recompensas son eternas (2 Corintios 4:17; Gálatas 6:8; 1 Juan 2:17). La esposa aparece en el estado eterno con toda la hermosura del día de las bodas, para el que se ha preparado de una manera práctica, «porque el lino fino es las acciones justas de los santos» (Apocalipsis 19:8). ¡Lo que ha sido hecho para el Señor Jesús nunca perderá su gran valor delante de Sus ojos!

En el Tribunal de Cristo, los creyentes son recompensados en base a cuán fielmente sirvieron a Cristo (1 Corintios 9:24-27; 2 Timoteo 2:5). Las cosas por las que creo que seremos juzgados serán; qué tan bien obedecimos a la Gran Comisión (Mateo 28:18-20), qué tan victoriosos fuimos sobre el pecado (Romanos 6:1-4), qué tanto controlamos nuestra lengua (Santiago 3:1-9), etc. La Biblia habla de creyentes recibiendo coronas por diferentes cosas, basadas en cuán fielmente sirvieron a Cristo (1 Corintios 9:24-27; 2 Timoteo 2:5).

Santiago 1:12 es un buen resumen de cómo debemos pensar acerca del Tribunal de Cristo, “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.”

Debemos aspirar a ser galardonados. Es lícito aspirar ser galardonado: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra" (Apocalipsis 22:12). Pablo amaba ese premio; luchaba y combatía para lograrlo. Tal como Cristo tenía delante de Él un gozo, el cual era la iglesia, por el cual fue capaz de sufrir la cruz y el oprobio (“Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho”, Isaías 53:11), del mismo modo, Pablo tenía un gozo puesto delante, una meta: el “premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Esa meta no era, obviamente, la salvación, sino reinar con Cristo en el milenio. Es una justa y lícita aspiración el ser “guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23), y entrar así en el reino.

Lo que por derecho no nos corresponde, Dios nos lo otorga por gracia. “Cosas que ojo no vio, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. En aquel día, como en un gran estadio y delante de todos los santos espectadores, escucharás tu nombre resonar por la potente voz de un ángel que te llamará al proscenio, y entonces la dulce voz de tu Salvador y Rey, te dirá: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:23). Mayor será la gloria cuando seas coronado por las propias manos del Señor Jesucristo, y tengas el gozo de echar tus coronas a los pies de Aquel que ofreció la suya por ti y por mí, cuando se humilló al encarnarse.

Una iglesia gloriosa. En el tribunal de Cristo se quemarán todas las obras y aspectos de nuestro carácter que ofendan a la santidad de Dios. Entonces se cumplirá la palabra profética de Efesios 5:25-27: “...a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”. La iglesia ha sido lavada de sus manchas por la preciosa sangre de Cristo, por la Palabra revelada a los apóstoles y profetas, y, finalmente – en el Tribunal de Cristo– por la destrucción de las malas obras realizadas durante la carrera en el servicio a su Señor. El Señor no obtiene la iglesia gloriosa aquí abajo, sino que la obtiene del Tribunal.

Después que el último de los vencedores de la fe sea coronado en el Tribunal de Cristo; y luego que se haya hecho la separación entre los que tienen coronas y los que no la tienen, y el último de los distinguidos sea vestido de lino fino, entonces se llevará a efecto esa grandiosa celebración que esperan los cielos: las bodas del Cordero.

Que este estudio, sea en nosotros una motivación más para servir al Señor de la mejor manera, el tiempo que nos quede de existencia sobre esta tierra, en el lugar, país y ciudad dónde nos encontremos. Bendiciones.